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VIDEOS DE TERROR

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miércoles, 26 de noviembre de 2014

La Muñeca de Porcelana

"¡Mamá, quiero esa muñeca!" Dijo la pequeña Isabel totalmente nerviosa por tener una nueva muñeca. "Volveremos mañana para comprártela, ¿vale? pero recuérdamelo, Isabel" le contestó su madre en la misma tienda de antigüedades.
Historias de miedo: la muñeca de porcelana
Isabel tenía sólo siete años y medio, pero ella podía tener todo lo que le gustaba gracias a su mirada de pena que les ponía a sus padres. Esa misma noche, la pequeña tuvo dificultades para dormirse ya que sólo pensaba en su futura nueva muñeca. Incluso si tenía un brazo menos, era la muñeca de porcelana más bonita que había visto nunca. Ella tenía muchas, pero esa iba a ser la más bonita de su colección.
A la mañana siguiente, Isabel desayunó viendo sus dibujos favoritos, como cada mañana. Había soñado tanto con su muñeca que tenía sueño, estaba cansada y ya no quería esa muñeca. Ya no le gustaba. Así que pasó el día enjugazada con otras cosas y no le recordó a su madre que tenían que ir a por la muñeca, porque ya no la deseaba.
Llegó la noche e Isabel fue a acostarse al piso de arriba. Ella tenía miedo de estar arriba sola, así que su madre subía con ella y se ponía en la habitación de al lado a coser. Una media hora más tarde de haberse acostado, una voz aguda despertó a la niña susurrándole al oído: "Subo 1, 2, 3 escalones..." La pequeña Isabel gritó asustada llamando a su madre: "Mamá, hay alguien en la escalera que hace ruido" Su madre la tranquilizó diciendo que no había nada en absoluto. En cuanto la madre abandonó la habitación, Isabel volvió a oír ese susurro que le dijo "Subo 4, 5, 6 escalones..." De nuevo Isabel llamó a su madre. Su madre le volvió a contestar que se tranquilizara, que sería el ruido del frigorífico.
Pero la pequeña voz continuó subiendo las escaleras: "Subo 7, 8, 9, 10 escalones y ya estoy en el pasillo", repitió la pequeña voz con una risa sarcástica.
A la mañana siguiente, la madre de Isabel se sorprendió de despertarse antes de ella. Pero pensó en las dificultades que había tenido para dormirse y pensó que estaría cansada. Pero transcurrida una hora le pareció raro que aún no se hubiera despertado, por lo que subió a ver cómo estaba su hija. La madre gritó con terror viendo a su hija ahogada en su propia sangre y apuñalada más de 17 veces, con el brazo arrancado y viendo a esa pequeña y adorable muñeca de la tienda de antigüedades con el brazo de su hija como sustituto del suyo.

sábado, 22 de noviembre de 2014

El oso de peluche

¿A ustedes no les dan miedo los osos de peluche? ¿No? Pues a mi si. Y todo por una experiencia muy extraña, hace ya un buen tiempo. A pesar del tiempo, mi madurez y mi valor, ese recuerdo sigue en mí, y me atormenta solo con recordar. La cosa es la siguiente: Mi hermana solía tener un oso de peluche. Pero no cualquier oso de peluche. Éste daba miedo…. mucho miedo, bueno, al menos a mi sí. No sé por qué, pero simplemente me ponía nervioso verlo. Era negro. Negro como la ceniza. Su cara era blanca, pero no una cara linda y amigable, como la de un oso de peluche normal. La suya era muy real, tanto que parecía pertenecer a uno verdadero. Tenía unos ojos que eran inexpresivos, pero que guardaban cierta malicia.
Desde que se lo regalaron a mi hermana tenía un mal presentimiento (Ella apenas era una bebé, mientras que yo sólo tenía 4 años). En ese entonces teníamos un pero que comía de todo a su paso. Pedazos de plástico, botellas, en especial juguetes. Por esa razón, mi madre ponía el oso de peluche en un estante tipo esquinera en las escaleras para evitar que el perro intentara ingerir el regalo. Así que, cada vez que yo subía por las escaleras, mi mirada siempre se desviaba hacia arriba, hacia un punto exacto, donde mi terror se alojaba en las sombras, acechándome, esperando la oportunidad de que me diera media vuelta para subir y poder atacarme. Era un suplicio para mi seguir mi camino cuando deseaba subir.
Cada vez que subía, me sentía incómodo. Sentía algo en mí, algo pesado, que no me dejaba realizarme a gusto. Fue con el tiempo que descubrí la realidad: aquel oso me seguía. Sí, me seguía con la mirada. Sonará de locos, pero es verdad. Sentía como esos ojos penetraban en mí, como navajas, que provocaban mi tormento. ¿Cómo es posible que un simple muñeco de felpa pueda causarme tal terror? Algo raro sucedía.
Y esa no era la parte extraña. Lo extraño comenzó 5 años después. En ese entonces, mi hermana ya tenía alrededor de 6 y 7 años, mientras que yo ya tenía entre 9 y 10. A esa edad, mi hermana ya no le prestaba más atención a aquel oso (de hecho, casi nunca le interesó), así que mi madre decidió guardarlo en un juguetero, que compartíamos mi hermana y yo. El problema era que ese juguetero estaba en MI cuarto. A pesar de que no me agradaba la idea, acepté a regañadientes, para evitar un posible castigo. Aún así, no quería sentirme presa de esa cosa, así que comencé a dejar de tenerle miedo, para acabar con mis pesadillas.
En fin, los días pasaban y yo dejé ese recuerdo de lado. Parecía que mis temores desaparecían, y yo me sentía bien, me sentía valiente y poderoso. Casi me sentía listo para afrontar mis miedos… pero no estaba listo
Un día, entre mis distracciones, mi madre se dedicó a sacar los viejos peluches de la casa, pues ya nadie jugaba con ellos. Así que, buscando juguetes en el cuarto de mi hermana y el mío, encontró la dichosa juguetera, y se dispuso a vaciarla para encontrarse con algo que pudiese sacar. De aquel sitio, solo encontró un objeto. Un objeto que olvidó guardar, y lo dejó encima de la juguetera. Sí, era ese horrible oso. Yo no me enteré de eso, hasta que mi madre me comentó lo que había hecho. Lo dejé pasar, y con el pasar del día olvidé lo que me dijo.
Así que, aquella noche, arropado y acostado en mi cama, recordé lo que me había dicho. Me estremecí. Nunca pensé que esa cosa me seguiría hasta la privacidad de mi cuarto gracias a un descuido maternal. Pero me armé de valor y tomé mi almohada, la sacudí, la puse nuevamente en su sitio y puse mi cabeza encima de ella. Cuando me iba a tapar con las sábanas, vi algo que me hizo perder el aliento: El oso de peluche ya no estaba encima de la caja de juguetes… estaba en el suelo, sentado, viéndome fijamente  Me le quedé viendo por, al menos, 1 minuto. Estaba esperando su reacción, algún movimiento, algo que me convenciera de que eso no era normal. Fue entonces, cuando fui traicionado por mi organismo, y liberé un bostezo, que me hizo cerrar los ojos. Al abrirlos, vi al oso, pero esta vez más cerca de mi cama. Parecía que se acercaba. Miré a mi puerta, y comprobé que estaba cerrada. No había escape para mí ni para él. Durante esa distracción, perdí de vista el oso, y al regresar la mirada, noté que estaba al borde de mi cama. Casi me desmayo del terror. Retrocedí en mi cama, presa del pánico. No sabía que hacer. Entonces, parpadeé… ¡Y de pronto ya no estaba ahí! Miré a mi alrededor para comprobar que ya no estaba en ningún lugar. Aliviado, di un suspiro y recosté mi cabeza sobre mi almohada cerrando lo ojos. Todo había sido una pesadilla quizás, una ilusión, una sugestión. En ese momento no pensaba en nada más que en el alivio que eso provocaba para mí.
De pronto, abrí los ojos, y… ahí estaba él… en la cabecera, mirándome. Lancé un grito ahogado, y vi como el oso caía en dirección a mí.
Nunca volveré a ver un oso de peluche de la misma manera.

Después de todo lo sucedido, mi madre escondió el oso en su cuarto. La pesadilla terminaba. Unos par de años después, decidí ponerle final al terror que me persiguió durante años. Me dirigí hacia la chimenea y la encendí. Fui hacia el cuarto de mis padres, y, con un acto de valentía, lo agarré. Lo llevé escaleras abajo, y lo arrojé al fuego. Verlo en las flamas era gratificante. Su cuerpo de felpa se encendió rápidamente. Las llamas se avivaron y yo solo lo dejé consumirse poco a poco. Sus ojos y su nariz se derretían. Su rostro blanco dejaba de serlo y ahora era un negro, que con algo de tiempo dejó de ser lo que era antes. Todo desaparecía en el fuego, y con él mis temores. Ya no era su víctima, no más.
Mi vida después fue como la de cualquiera. La pubertad, la adolescencia, todo en mí cambiaba, y así quedaba olvidado el pasado. Viví y seguí mi rumbo como todos debemos hacerlo. Creo que, lo único que me espantó casi tanto como esa experiencia en mi infancia, fue una escena de la película Trainspotting, donde sale un bebé. No creo que pueda comparar esa escena con lo que viví, pero creo que fue lo suficientemente aterradora como para hacer que yo la compare con ella.
En fin, han pasado los años, y ahora tengo 19. Mi familia y yo nos mudamos, dejando atrás esa casa donde se alojaba mi miedo, mis pesadillas. Ahora que llegamos, sentí una profunda paz, que me hizo sentirme nuevo, con una oportunidad de dejar todo en el olvido, para vivir el ahora y no el ayer. A mi me tocó desempacar todo, y en estos momentos estoy colocando una esquinera en las escaleras. Estoy a punto de terminar. Reflexiono y me pongo a pensar como nuestros temores nos pueden atar, y nos pueden obsesionar, a tal grado de que podemos vivir con ellos, y de esta manera, no vivimos como deberíamos vivir. No hay nada que temer. Sí, el mal existe, pero nosotros debemos afrontarlo y dejarle en claro que él no nos va a inducir un terror que nos encadena a una vida de sufrimiento innecesario. Hay que vivir hasta el final, sin pensar que algo nos puede seguir hasta el final. Acaba con tus miedos, que ellos no pueden ser superiores a ti.

















Llevo en mis manos mi televisor, vaya que si está pesado.

Pero que es eso…
…¿tú otra vez?…
…tu no eres real, no, no, no lo eres…
…¿qué haces tú aquí, ahora, sentado, mirándome?…

El Juego de la ventana

Es extremadamente fácil de iniciar, aunque requiere un poco de tiempo y, como muchas cosas, es aleatorio. Solo hay que hacer una cosa para jugar, con una condición al hacerlo: Tienes que cerrar la ventana y las cortinas de tu cuarto, antes de acostarte, de la manera más cuidadosa y sospechosa posible. Con la condición de que sea a fin de mes. Eso es lo que atrae al "otro participante", pero es debido de informar que esto va a necesitar varios intentos, ya que no siempre se presenta a la primera, normalmente se presenta entre el intervalo de los 6 a 12 intentos... ¿Pero, cómo sabes si funcionó…y lo más importante, en qué consiste el juego? Sabrás si funciono cuando el juego comience, y eso, amigos míos, será cuando te despiertes. Y no despertarás de forma natural, sino que te despertarás algo mareado o intranquilo y, de repente, oirás un golpecito en la ventana. Vas a empezar a escuchar golpecitos en la ventana, al principio serán lentos y suaves, pero poco a poco serán más fuertes y constantes. Tú, como la otra parte del juego, tienes que jugar, y lo que tienes que hacer es muy simple, tienes que fingir que estás dormido. Aquí es donde las cosas se ponen interesantes, porque hay varias cosas que delatan a alguien que no esta dormido: se mueve mucho, no se tapan totalmente la cabeza con las sabanas, y lo más importante de todo, uno no duerme con los ojos abiertos. Tienes que fingir estar dormido sin, en ningún momento, abrir los ojos. Mientras tanto, lo que hay al otro lado, va a seguir golpeando la ventana, hasta que: habrá un punto en donde dejará de golpearla. ¡POR NADA DEL MUNDO TE DUERMAS! ¡Ni pienses que se ha acabado, es una trampa! Siempre lo hace, ¡te hace creer que ya se acabó, pero en realidad te quiere sorprender para que abras los ojos! El ente va a seguir tocando y golpeando la ventana, a cada instante, durante toda la noche. Habrá momentos en los que va a golpear tan fuerte que creerás que va a despertar a alguien, o va a romper la ventana. No sientas temor, estás protegido siempre que parezcas dormido. No pidas ayuda, nadie te podrá ayudar, estáis tu y esa cosa. El juego dura toda la noche, hasta que amanezca, sabrás si has ganado cuando veas la luz del sol salir por tu ventana. Esto, mis queridos amigos, es un juego que lo hacen los más osados buscadores de experiencias, es un juego que se ha hecho tan popular, que se comenta constantemente. Yo tengo un amigo, que encontró un foro donde hablaban de esto y decían haber participado en el juego. En lo que todos concuerdan nadie sabe que es lo que hay detrás de la ventana. Nadie sabe que le pasa a los que pierden el juego. Si deja de golpear la ventana durante la noche es una trampa.

Especial MiniCreepypastas

En este video encontramos una recopilacion de minicreepypastas


El Heladero

Es domingo, y te despiertas bien temprano para ir a recibirlo a la puerta, porque sabes que él es muy puntual. Apenas tienes cinco años y recién estás aprendiendo a leer y a escribir, pero aun así sabes que a las nueve en punto de la mañana él llega como todos los domingos. Y siempre viene. No eres la única que sabe que él vendrá; todos tus amiguitos del barrio también van a la puerta del jardín de sus respectivas casas y miran hacia donde empieza la calle, esperando que aparezca doblando en la esquina. Te levantas de la cama, te vistes tan rápido como puedes y corres a la cocina para desayunar. Te sientas en la mesa sin saludar al resto de la familia; pero no importa, ellos saben que todos los domingos por la mañana estás con la cabeza en otro lado. Tomas la leche con galletas sin despegar los ojos del reloj de la pared que marca las 8:55 a.m. Mejor apurarse, él es muy puntual. Él. El Sr. Polo. Tú y todos tus amiguitos lo llaman así. El Sr. Polo, el vendedor de los helados más ricos de todo el barrio. El hombre más simpático y divertido que cualquier chico podría llegar a querer. Los chicos lo quieren tanto como él a los chicos, y eso es porque no existe en el mundo heladero con sonrisa más radiante. ¿Qué es eso? ¡El motor! ¡Ese inconfundible motor! Escuchaste muchos motores en tu vida, pero el de la camioneta del Sr. Polo lo reconoces enseguida. Se te abren los ojos más de la cuenta y miras a tu mamá; ella te sonríe comprensivamente y te da un billete para que gastes. No dudas ni un segundo en tomarlo, guardarlo en tu bolsillo y salir corriendo al jardín. El día está radiante, desde la puerta se ve muy bien. Se abren las puertas de todas las casas… ¡ahí están tus amiguitos! ¡Todos, al igual que tú, miran sonriendo la esquina, esperando que aparezca la enorme camioneta blanca! Y todos se restriegan las manos, pegando saltitos, sonriendo. Estás nerviosa porque tienes miedo de que se agoten los helados. Sabes bien que el Sr. Polo tiene a montones, pero tienes miedo igual. Y el ruido del motor aumenta… aumenta… De pronto, ¡el sonido de las campanitas! ¡No hay sonido infantil más hermoso que ése! ¡Y empiezas a saltar cada vez más ansiosa porque las campanas también se acercan! Finalmente, ahí está. Por fin dobla en la esquina la enorme camioneta blanca, y tú y tus amigos empiezan a gritar de alegría. El Sr. Polo se ve a través del cristal con su rebosante y amable sonrisa, sacando la mano por la ventanilla para saludar a los nenes que comienzan a correr junto a la camioneta. Avanza unos metros y el vehículo se detiene. Antes de que el gordo heladero baje con su habitual uniforme blanco, ya tiene toda la camioneta rodeada de niños. ¡Y qué haces ahí parada! ¡Te vas a quedar sin lugar! Corres a la calle y te unes a la multitud de niños que no para de gritar, sacudiendo el dinero en las manos para ser los primeros en ser atendidos. Sacas el billete y te sumas a los gritos de saludo dedicados al Sr. Polo. Éste, sin dejar de saludar, empieza a trabajar, haciendo el mismo procedimiento que hace todos los domingos: abrir las diferentes puertas que tiene a los costados de la camioneta, tres de un lado y tres del otro. Ahí están esos maravillosos helados. Lo que para ti equivale a probar el elixir de la vida. Te pones en la fila mientras el Sr. Polo toma el dinero y abre la puerta correspondiente al helado que uno de los niños elije comer ese día. ¡El sonido de las puertas! CLAP, CLAP CLAP y el Sr. Polo aparece de nuevo por el otro lado de la camioneta. No deja de sonreír. Tu sonrisa también se ensancha cada vez más. La fila se reduce, y en cualquier momento será tu turno. Por todos lados ya se ubican los niños que recibieron su helado, hablando entre ellos, felices, disfrutando, saboreando. Exhibiendo sus hermosos helados de diferentes colores. Dentro de poco estarás igual que ellos. CLAP, CLAP, CLAP, el Sr. Polo abre y cierra puertas, sacando helados de diferentes tamaños, sabores y colores. Desaparece detrás de la camioneta para abrir las puertas del otro lado y aparece de nuevo. ¡Por fin! ¡Es tu turno! Con dedos temblorosos le entregas el billete al Sr. Polo, colocándolo en la enorme palma de su mano. Y sigue sonriendo; es increíble cómo se las arregla para mostrar cada uno de sus blancos y brillantes dientes. Señalas con tu dedito y elijes tu sabor. El Sr. Polo te da la espalda, abre la puerta y la vuelve a cerrar. Se da vuelta de nuevo para entregarte tu enorme helado, que miras con ojos abiertos como platos. Ni bien entra en contacto con tus manos, comienzas a disfrutar de ese maravilloso postre. Te haces a un lado, completamente feliz, para que tus amigos puedan ser atendidos. CLAP, CLAP CLAP, el heladero aparece y desaparece. Abriendo y cerrando puertas… Sólo que… ¿qué sucede? No puedes evitar notar que de las seis puertas, el Sr. Polo sólo abre cinco. La única que no abre es la que está justo enfrente de ti. El Sr. Polo siempre la pasa por alto; abre la de la izquierda y la de la derecha, pero la de en medio nunca la abre. ¿Por qué? ¿Qué clase de helados habrá ahí? Miras alrededor: al parecer eres la única que nota esa anormalidad. Todos los demás niños están ocupados con sus helados. Vuelves la mirada a esa puerta blanca. CLAP, CLAP, CLAP otra vez, el Sr. Polo aparece abriendo puertas y otra vez pasa por alto la del medio. Te invade la curiosidad. Te acercas poco a poco a la puerta, sin quitarle los ojos de encima. El Sr. Polo vuelve a desaparecer del otro lado de la camioneta, y te acercas más a la puerta. Expectante. Conteniendo la respiración. Es el momento, tienes que aprovechar la oportunidad. Sin pensarlo dos veces, tomas la fría manija y abres de un tirón. Por un momento sólo ves esa especie de humo frío que sale de las heladeras, y cuando desaparece, al cabo de unos segundos, observas el interior, esperando ver en la fría y blanca caja helados de todos colores. Pero no hay nada de eso. En su lugar, bien en el fono, está el cuerpecito de una niña con trenzas rubias y un vestidito azul, la piel blanca y fría como el mármol, y pedazos de hielo cubriéndola de pies a cabeza. Sus bracitos y piernas completamente rígidos. No puedes pensar, ni siquiera sabes qué significa esa imagen. Antes de poder formularte alguna pregunta, una mano enorme se apoya sobre la puerta y la cierra bruscamente. El Sr. Polo se inclina para estar a tu altura, te ve directo a los ojos y, sin dejar de sonreír, te dice algo que sólo tú puedes oír: “Esos no son para ti, esos son para mí".

La disucion

Lo lamento pero perdi el texto de esta historia :c



Los gemelos Marlow

1938, Parque Evergreen, Illinois, (a las afueras de Chicago). Billy y Stevie van en el asiento delantero junto a su mamá, Tammie, cuando su Ford Sedan se estrella con un Chrysler. Durante la colisión, los carros giran e impactan con dos vehículos adicionales. Tammie Harlow sobrevive, pero los muchachos salen disparados por el parabrisas del auto y mueren instantáneamente. 7o14 La nota roja del periódico local toma esta fotografía en donde un grupo de voluntarios trabajan frenéticamente para sacar a John Downing, el conductor del Chrysler. Parece que los pequeños Billy y Stevie se han quedado un rato más, a mirar.